miércoles, 13 de noviembre de 2013

El huracán Isaac

Aún nos quedaban unos días en la casa de la playa hasta la mudanza, seguíamos bajando a la piscina con los cachorros a diario y más o menos íbamos conociendo al personal.

Adela era una cubana de 70 años que había vivido por todo el mundo. Hacía 8 años que decidió echar el ancla en Miami porque según ella, era lo mas parecido al paraíso que había encontrado. Hablábamos mucho, siempre tenía alguna historia chula que contar y para colmo tenía un parecido a mi madre que me ponía tonta de morriña.
Una mañana, mientras controlaba a los cachorros, Adela se acercó a mí con tremenda cara de susto para decirme que Isaac estaba llegando a Los Cayos y venía para acá. Que por favor hiciese caso a todos los consejos que escuchara a través de los medios.
- Pero vamos a ver, le dije. ¿Quién pelotas es Isaac?
Ya me estaba imaginando a un malo malísimo. No me había enterado de nada.
Mientras hablábamos me fijé que estaban colocando cierres especiales en todas las cristaleras del edificio. Adela me explicó lo que pasaba:
- Se prevé que en menos de 48 horas llegue a Florida el huracán Isaac. Tienes que salir cuanto antes a comprar víveres y alguna linterna, porque es fácil que en unas horas se agoten. 
Esta cubana loca, ¿qué me está contando? ¿Un huracán? ¡Venga hombre!
Me asustó, ¡qué narices!
Isaac llegando a Florida

Al subir en el ascensor, habían colocado carteles con las normas de seguridad del edifico: que metieras dentro todo lo que tuvieras en la terraza, que no usaras el ascensor… Y al llegar a casa, el Currante estaba viendo un canal de televisión en el que informaban las 24 horas sobre la evolución del huracán. Adela tenía razón, eran muy probables los cortes de luz, por lo que había que salir cuanto antes a comprar.

Lo cierto es que el ambiente de las calles contagiaba el nerviosismo. Vimos como sacaban los barcos del agua y los amarraban en las calles con sistemas especiales para huracanes. La policía te indicaba dónde se encontraban las paradas de autobus mas cercanas para, en caso de evacuación, te pudieran llevar a un refugio. MUY JEVI.

Llegamos al súper, y por suerte, quedaban las últimas garrafas de agua. Compramos latas, leche, frutos secos, cereales y una linterna. No teníamos ni idea, esa era la verdad. Nunca había tenido que comprar víveres.

Locas desmelenadas
Las palmeras parecían locas desmelenadas bailando, y las calles se empezaban a inundar, diluviaba.
Adela me contó alguna historia de huracanes en Miami, de cómo habían tenido que dejarlo todo y salir corriendo y a la vuelta encontraron la ciudad devastada, las casas vacías. Vacías y quemadas. Pero nunca imaginé que nos podía pasar a nosotros. Y aunque en la tele decían que Isaac no era de los fuertes fuertes, era inevitable sentir inseguridad. Qué quieres que te diga, ¡nunca me había pillado un huracán!

De nuevo en casa, pusimos la tele. Pedían que no saliéramos salvo que fuese una emergencia. Vinieron a ayudarnos a poner los cierres en las ventanas y nos quedamos aislados, lo de no poder mirar por la ventana no molaba nada. Lo último que vi antes de cerrar fueron las palmeras dobladas y la lluvia en horizontal.
Teníamos por delante 48 horas encerrados, sin ver la calle. Me daba pánico pensar que nos podíamos quedar sin luz, aunque el cableado eléctrico de Miami Beach está enterrado, podía ocurrir, y en ese caso, ¿qué hacía yo con los cachorros? Mi intención era inflarles a pelis y si me quedaba sin luz posiblemente lo que iba a quedar devastado iba a ser mi casa.

Currito quería salir a la calle a saltar en los charcos con sus botas de agua y su capa de súper héroe para volar de verdad, decía. Una idea genial. Y Currita sospechaba que algo grande y feo nos acechaba porque al escuchar el viento decía:
- Mostro gande y feo, ta fadao. Mami, ta mu fadao.

Lo peor llegaría a Miami Beach en la madrugada. Con suerte nos pillaría dormidos. ¡Ja!. Esa noche parecía que hubiese un ejército golpeando las contraventanas. No pegamos ojo. De verdad pude sentir la fuerza de la naturaleza llamando a mi ventana y me acojoné.
Los cachorros se desvelaron. A ver como les explicas tú que lo que escuchan fuera no es un monstruo que quiere comerlos. 

Tuvimos suerte porque duró menos de lo previsto y no se fue la luz. Cuando por fin retiraron los cierres de las ventanas, la imagen era impactante. Justo lo que imagináis.
Bajamos a la calle, queríamos ver. Aún no te recomendaban salir, el viento te volaba, pero desde el lobby vimos como todo estaba lleno de ramas, de barro, de agua, era una imagen triste.
Currito en su afán de querer ayudar, se ofreció a recoger hojas y ramas y Currita a comérselas, formaban un gran tandem. 

Reconozco que fue una experiencia, pero espero que nuestra salvaje madre naturaleza no me haga más regalos de este tipo. A ver señores, ¿quién nos manda a nosotros venirnos a vivir a la ciudad de Estados Unidos mas azotada por huracanes y ciclones en el último siglo? Pues eso.

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