Después de Valentina, es inevitable hablar del
señor Néstor.
El señor Néstor pasa los
días sentado en un muro de un edificio medio en ruinas muy muy cerquita de
casa. Tiene un carro con matas, periódicos, bolsas llenas de cosas, paraguas y una maleta
vieja. Viste ropa limpia, siempre está bien afeitado y fuma en pipa. Algún día
he visto como le llaman la atención por fumar, y como contesta riendo:
- ¡Si está apagada! Gruñón de mierda,
seguro que le preocupan mis pulmones…- termina diciendo entre dientes.
Desde el primer día que pasamos
a su lado nos saludó.
- Hola jefes - les dice a los
cachorros.
Y así, a lo tonto, siempre
hablamos un ratito y otro ratito y otro ratito más. Hasta que un día me contó
lo que de verdad hacía allí.
Néstor Sepúlveda, cubano de
nacimiento, español de sentimiento y con el corazón hecho añicos por el amor de
mi Valentona (que no Valentina), como dice él.
- ¿Usted conoce a Valentina? Una
cubana alta, de pelo largo…- le pregunto intrigadísima.
- Conozco a Valentina Bermúdez,
pero a mi me gusta llamarla mi Valentona. Nunca conocí mujer con más cojones que
ella. Divina señora, alegre, bondadosa y con curvas de las de verdad. Aquí me
tiene como un tonto o como un loco, esperando a que venga a traerme algo para
comer, o algún cigarrito que sisa por ahí. Ella no sabe que la rondo, ella
no sabe que la quiero. Dirás que soy tonto pero no tengo nada mejor que hacer. Ya soy viejo y la vida
me ha tratado regular. No debo nada a nadie, así que me puedo permitir no
trabajar y contemplar a mi Valentona cuando cruza la calle corriendo porque llega
tarde a su trabajo. O cuando llueve y no tiene paraguas y llega empapada pero
muerta de risa. La mejor escena que me regala, es cuando menea su culo y se
va con más gracia que una quinceañera por donde ha venido. ¡Ay amiga! Ahí si
que me hace feliz - dice suspirando.
¡Joder con Valentina! pensé. Así
que, encantada con el culebrón que estaba viviendo en directo, en cuanto tuve ocasión le pregunté a ella.
- Valentina ¿de qué conoce al
señor Néstor? Ayer vi como le llevaba un bocadillo y un café.
- Ay mi niña, pobre hombre. Está
sólo en Miami, no tiene mujer que lo cuide ni amigos que le den calor. También
se vino para la Florida hace mil años, y está loquito perdido. Él se fue para
Chicago a trabajar de barrendero, pero después de muchas vueltas que la vida le dio, se quedó en la calle. Tú sabes que con los fríos del invierno, en otros estados, meten en
autobuses a los jomeles para que no
se congelen en las calles y los sueltan al calorcito de Miami. Así, como perros
salidos de la perrera. ¿Puedes imaginarlo? El señor Néstor es uno de ellos. Trato de ayudarle como puedo. Le llevo comida y si tengo un ratito le hago compañía y le acerco un ronsito para alegrarle el alma y hacerle feliz.
Y yo pensando: si tú supieras que él es feliz viéndote mover el culo…
Capiítulo top de esta saga. Mr Pouman
ResponderEliminarGracias amigo! Sabía que te iba a gustar
EliminarQue monoooooooooo
ResponderEliminarSiiiiiiiiii
EliminarPeliculónnnnnnnnn!!!!!!! jolín que guay...
ResponderEliminarUn poco de peli si que es, la verdad...
EliminarHola, soy un cubano que vive en Madrid y sigo el blog pues me resulta muy interesante y simpático tu experiencia Miamense jejeje. Los dos últimos post me han resultado muy conmovedores y agradezco mucho que compartas estas historias.
ResponderEliminarGracias a ti por leerlas y por dejar comentarios tan positivos!
Eliminarbien, muy bien
EliminarGracias, muchas gracias.
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