martes, 26 de mayo de 2015

Gracias Miami

Tres años aquí han dado para mucho, y aunque generalmente me he explayado contando lo poco que me gusta esta sociedad, lo mal que se come, lo fríos que son los americanos… Ahora que veo la meta, ahora que ya es una realidad mi vuelta a mi España querida, quiero contaros algunas de la cosas por las que me siento profundamente agradecida con esta ciudad tan pintoresca.

Lo primero es que me ha permitido cumplir un sueño de los que se tienen desde pequeña: siempre quise vivir fuera de mi país unos años y por fin lo puedo tachar en mi lista de “Tareas pendientes para los próximos 50 años”.

Es una suerte haber vivido en una ciudad con tantos contrastes.

Nunca en mi vida me he sentido tan libre como aquí. Quizá porque en España tengo muuuucha familia a la que al final siempre acabo rindiendo cuentas, pero aquí he hecho y he deshecho a mi antojo.


Miami saca a la hortera que llevo dentro, y eso al final también te hace más libre. (Di, esto me lo enseñaste tú). De repente llevo la ropa mucho más corta, me pongo tacones con cosas que en España jamás lo hubiese hecho y mezclo colores imposibles. O todo lo contario: camiseta, pantalón corto, chanclas y coleta. Así paso el día me mire quien me mire (aunque lo bueno es que aquí no te mira nadie).

Soy capaz de disfrutar de pequeñas cosas que antes pasaban de largo sin apenas verlas.

Mis cachorros vuelven hablando otro idioma, y con la certeza de que los españoles no somos el ombligo del mundo. Ahora saben que hay niños de un montón culturas y de países diferentes de los que han aprendido día a día. Eso si que ha sido una suerte de verdad. Estando como está el mundo…

Algo ha cambiado dentro de mi: ahora soy más tolerante, más paciente y menos egoísta. Estoy a punto de rozar la perfección… He aprendido a estar sola y eso te obliga a conocerte mejor. Me he enfrentado yo solita a mi lado insoportable y a mi lado maravilloso.

Veo el mar todos los días (eso también lo tengo que tachar de mi lista: “ Vivir en un sitio con mar”).

He conocido a gente increíble, y me he acercado a gente que aunque conocía desde hace muchos muchos años de repente están conmigo, en la distacia, a diario. Y esto si que es un regalo para toda la vida. Me llevo amigos nuevos que sé que estarán a mi lado siempre.

He viajado más que los últimos 10 años.

Ahora valoro más todo lo que dejé en España, esa cañita con patatas…

Y por supuesto he conocido a Curra, mi gran amiga Curra… ¿Qué hubiese sido de mi sin ella…?







miércoles, 20 de mayo de 2015

Así, sin más

Miami Beach, 8 de la tarde. Tres amigas llegan a un restaurante, morena, rubia y castaña. Se han puesto guapas, se han puesto más guapas. Se sientan en una mesa en la terraza, rodeadas de plantas y de gente guapa, no tanto como ellas, pero hacen un buen decorado. Las tres piden una cerveza y encienden un Camel Crush. A la cuarta calada o tal vez a la quinta aprietan el filtro para que el sabor del cigarro se convierta en mentolado. Charlan animadamente y se ponen al día mientras calman la sed con la cerveza y terminan sus cigarros.

El camarero trae las cartas y aunque ninguna la mira se animan con un vino blanco de California que les ofrecen. En seguida traen la botella junto a tres copas bien frías. Saben que mañana morirán de resaca pero en ese momento nada les importa. Solo importa estar juntas, solo importa escucharse y sentirse afortunadas.
Confesiones, complicidad, cuentan sus mayores pecados y saben que no van a ser juzgadas. Planean juergas, viajes, libros, restaurantes, tardes de compras o una copa en cualquier terraza de la playa. Ríen, lloran, se emocionan y se agarran a ese momento como si no se fuese a repetir más. Porque las tres sienten que el olor a mar se confunde con el de la despedida.

Encienden otro cigarro, parece que se sigan el ritmo fumando. Hablan, fuman y beben. Y de repente el mundo se para y solo quedan ellas. El decorado de plantas y gente guapa las contempla inmóvil. La playa, las palmeras, todo Miami Beach las contempla a través del humo del tabaco. Las envidia por haberse encontrado, por haberse conocido, por haber tenido tanta suerte. Y en medio de toda la frivolidad que desprende una ciudad como Miami Beach, rompen el molde declarándose amor incondicional. Así, sin más. 

Y aunque la vida las separe, siempre se volverán a encontrar. Tal vez en Miami, tal vez en Madrid o en cualquier parte del mundo, porque el decorado es lo de menos, porque cada una lleva dentro un trocito de la otra, y eso será así para siempre. 

Mierda de despedidas...







martes, 12 de mayo de 2015

Mamá Curra was here

¿Dónde acaba el principio y dónde empieza el final? Tal vez estoy en el principio del final o tal vez esté en el final del principio.
La cuestión es que si miro hacia atrás me veo en el final y si miro para delante me veo en el principio. Y te preguntarás ¿qué más da? Y yo te daré la razón. Toda la razón, enterita para ti. Que al fin y al cabo de que me sirve tener razón si me voy a sentir igual,  si no sé si afrontar las cosas con pena o con alegría. Pues una de cal y otra de arena, me digo. Los lunes, miércoles y viernes me siento mal, y el resto bien. Podría servir. Si total, volver a cambiar de país es algo a lo que una se enfrenta todos los días. Así, sin más. ¡Hala! Recoge tus cosas que nos vamos. No te dejes nada, apaga todas las luces y cierra bien la puerta, no vaya a ser que queramos volver y nos encontremos la casa hecha unos zorros. Y no te olvides de hacer una marca en la pared, como un tatuaje, para que por mucho que pinten siempre se pueda leer: mamá Curra estuvo aquí y mamá Curra was here –para que lo entiendan todos- O mejor: mamá Curra nació aquí. Como los presos en la cárcel. Que no es que me haya sentido como en una cárcel, es más una cuestión de dejar testimonio de mi vena macarra. O también puedo escribir directamente el nombre del blog, así de repente tienen acceso a mi vida. Pues a mi me hubiese encantado encontrarme algo así. Lo voy a hacer. Decidido. Quién sabe si algún  día alguien me escribe desde aquí y me cuenta que se siente sola, que aunque siempre tiene a sus cachorros a su lado hay un punto de soledad que no logra superar… O tal vez me manden una factura por los arreglos que han necesitado para borrar una marca en la pared (que aquí son muy dados a mandarte facturas por cosas que ni sabías que habías hecho).


Pero yo sigo a lo mío. ¿Me enfrento a una nueva etapa o es la misma…?  Y me distraigo buscando un libro para leer. Este ya lo he leído, lo cierro, me siento encima y miro la pared buscando dónde puedo dejar mi marca. ¿Y eso con qué se hace? ¿Con un destornillador, no?