lunes, 14 de febrero de 2022

Ansiedad de tenerte en mis brazos

Ya casi va a hacer tres años que medito a diario. Me siento orgullosa por ello. Meditar me parecía un imposible, una rareza y un tostonazo. 

Cuando murió mi madre algo se agarró a mi pecho que no me dejaba respirar, me oprimía y me producía dolor. Estaba convencida de que tenía algo malísimo, tanto, que me fui de cabeza al neumólogo y después de hacerme placa de pulmón y una espirometría, me dijo que tenía los pulmones para correr maratones. Yo flipaba, os lo juro. Estaba claro que el médico era un incompetente y yo me iba a morir de una enfermedad chunguísima.

A las dos semanas me fui a otro médico con las pruebas del neumólogo, y después de charlar un rato me preguntó si había ocurrido algo en mi vida importante a nivel emocional.

-Bueno... Hace un mes que murió mi madre...

Diagnostico inmediato: ansiedad de libro. 

Tratamiento inmediato: pastillas.

No me creí del todo aquel diagnostico y pasé de las pastis, pero un día mientras cotilleaba en redes, apareció un anuncio de un retiro de silencio y se me encendió una bombilla... 

¡Anímate quedan solo dos plazas!. Allá que fui.

Encerrarme en un convento en Segovia, con gente que no he visto en mi vida para aprender a meditar, y así curar mi ansiedad, no sonaba del todo bien, pero no tenía nada que perder. Solo la experiencia me parecía interesante, porque aunque no lo parezca, una servidora tiene vida interior. Ya hacía tiempo que buscaba, no sé muy bien el qué, pero buscaba. Como los perros esos que buscan trufas, pues igual pero dentro de mí ¿O son cerdos?

La cosa es que me dieron una habitación propia de convento y dividieron los tres días en charlas de una hora, y media hora de práctica de meditación. Así todo el rato: charla, meditación, charla, meditación. A medias te colaban comida propia de convento y un ratico libre de vez en cuando. A parte de no hablar, no te dejaban tener móvil ni leer. Al empezar tenía un miedo que te cagas, los conventos no me gustan y estar sola y callada menos.

Y de repente, ya es domingo y te dejan hablar para despedirte y claro, no sabes qué decir. Dices gracias todo el rato porque te sientes tan bien que solo sabes agradecer. El dolor en el pecho ya no estaba. Ahí si que flipé. En colores y con purpurina. 

Moraleja: medita. 

Todos








2 comentarios: